La política como profesión
Qué entendemos por política? El
concepto es extraordinariamente amplio y abarca cualquier género de actividad
directiva autónoma, Por política entenderemos solamente la dirección o la
influencia sobre la dirección de una asociación polÌtica, es decir, en nuestro
tiempo, de un Estado. Hoy, por el contrario, tendremos que decir que Estado es
aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el
territorio es el elemento distintivo), reclama (con Èxito) para sí el monopolio
de la violencia física legítima. Política significar·, pues, para nosotros, la aspiración
a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los
distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de
hombres que lo componen. . Quien hace política aspira al poder; al poder como
medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoÌstas) o al poder por
el poder, para gozar del sentimiento de prestigio que Èl confiere. El Estado,
como todas las asociaciones polÌticas que históricamente lo han precedido, es
una relación de dominación de hombres sobre hombres, que se sostiene por medio
de la violencia legítima
En principio (para comenzar por
ellos) existen tres tipos de justificaciones internas, de fundamentos de
legitimidad de una dominación. En primer lugar, la legitimidad del eterno ayer,
de la costumbre consagrada por su inmemorial validez y por la consuetudinaria orientación
de los hombres hacia su respeto. Es la legitimidad tradicional, como la que ejercían
los patriarcas y los príncipes patrimoniales de viejo culto. En segundo término,
la autoridad de la gracia (carisma) personal y extraordinaria, la entrega
puramente personal y la confianza, igualmente personal, en la capacidad para
las revelaciones, el heroísmo u otras cualidades de caudillo que un individuo
posee. Es esta autoridad carismática la que detentaron los profetas o, en el
terreno polÌtico, los jefes guerreros elegidos, los gobernantes
Toda empresa de dominación que
requiera una administración continuada necesita, de una parte, la orientación
de la actividad humana hacia la obediencia a aquellos señores que se pretenden
portadores del poder legítimo y, de la otra, el poder de disposición, gracias a
dicha obediencia, sobre aquellos bienes que, eventualmente, sean necesarios
para el empleo del poder físico: el equipo de personal administrativo y los
medios materiales de la administración.
Para el mantenimiento de toda dominación
por la fuerza se requieren ciertos bienes materiales externos, lo mismo que
sucede con una empresa económica. Todas las organizaciones estatales pueden ser
clasificadas en dos grandes categorías según el principio a que obedezcan. En
unas, el equipo humano (funcionario o lo que fueren) con cuya obediencia ha de
contar el titular del poder posee en propiedad los medios de administración,
consistan estos en dinero, edificios, material bélico, parque de transporte
Aclaremos bien, antes de seguir
adelante, lo que la existencia de estos políticos profesionales representa
desde todos los puntos de vista. Se puede hacer política (es decir, tratar de
influir sobre la distribución del poder entre las distintas configuraciones políticas
y dentro de cada una de ellas) como político ocasional, como profesión
secundaria o como profesión principal, exactamente lo mismo que sucede en la
actividad económica. Políticos ocasionales lo somos todos nosotros cuando
depositamos nuestro voto, aplaudimos o protestamos en una reunión política,
hacemos un discurso político o realizamos cualquier otra manifestación de
voluntad de género análogo, y para muchos hombres la relación con la política
se reduce a esto. Políticos semi profesionales son hoy, por ejemplo, todos esos
delegados y directivos de asociaciones políticas que, por lo general, solo desempeñan
estas actividades en caso de necesidad, sin vivir principalmente de ellas y
para ellas, ni en lo material ni en lo espiritual
Hay dos formas de hacer de la
polÌtica una profesión. O se vive para la política o se vive de la polÌtica, Vive
de la polÌtica como profesión quien trata de hacer de ella una fuente duradera
de ingresos; vive para la política quien no se halla en este caso.
El político profesional que vive
de la polÌtica puede ser un puro prebendado o un funcionario a sueldo. O recibe
ingresos provenientes de tasas y derechos por servicios determinados (las
propinas y cohechos no son más que una variante irregular y formalmente ilegal
de este tipo de ingresos), El polÌtico profesional que vive de la polÌtica
puede ser un puro prebendado o un funcionario a sueldo. O recibe ingresos
provenientes de tasas y derechos por servicios determinados (las propinas y
cohechos no son más que una variante irregular y formalmente ilegal de este
tipo de ingresos), Con el incremento en el número de cargos a consecuencia de
la burocratización general y la creciente apetencia de ellos como un modo
especÌfico de asegurarse el porvenir, esta tendencia aumenta en todos los
partidos, que, cada vez más, son vistos por sus seguidores como un medio para
lograr el fin de procurarse un cargo
A esta tendencia se opone, sin
embargo, la evolución del funcionariado moderno, que se va convirtiendo en un
conjunto de trabajadores intelectuales altamente especializados mediante una
larga preparación y con un honor estamental muy desarrollado, cuyo valor
supremo es la integridad. Sin este funcionariado se centrara sobre nosotros el
riesgo de una terrible corrupción y una incompetencia generalizada, e incluso
se verían amenazadas las realizaciones técnicas del aparato estatal, cuya
importancia para la economía aumenta continuamente y aumentar· aún más gracias
a la creciente socialización.
La transformación de la política
en una empresa, que hizo necesaria una preparación metódica de los individuos
para la lucha por el poder y sus métodos como la que llevaron a cabo los
partidos modernos, determina la división de los funcionarios públicos en dos categorías
bien distintas aunque no tajantes: funcionarios profesionales, de una parte, y funcionarios
políticos de la otra. La cuestión que ahora nos interesa es la de cual sea la
figura típica del político profesional, tanto la del caudillo como la de sus
seguidores. Esta figura ha cambiado con el tiempo y se nos presenta hoy además
bajo muy distintos aspectos.
Los partidos. Son hijas de la
democracia, del derecho de las masas al sufragio, de la necesidad de hacer
propaganda y organizaciones de masas y de la evolución hacia una dirección más
unificada y una disciplina más rígida. La dominación de los notables y el
gobierno de los parlamentarios han concluido. La empresa polÌtica queda en
manos de profesionales a tiempo completo que se mantienen fuera del Parlamento.
En unos casos son empresarios (asÌ el boss americano y el election inglés); en
otros, funcionarios con sueldo fijo. Formalmente se produce una acentuada democratización.
Ya no es la fracción parlamentaria la que elabora los programas adecuados, ni
son los notables locales quienes disponen la proclamación de candidatos. Estas
tareas quedan reservadas a las asambleas de miembros del partido, que designan
candidatos y delegan a quienes han de asistir a las asambleas superiores, de
las cuales, a ser posible, habrá· varias hasta llegar a la asamblea general del
partido
Es evidente que la militancia del
partido, sobre todo los funcionarios y empresarios del mismo, esperan el
triunfo de su jefe una retribución personal en cargos o en privilegios de otro género.
Y lo decisivo es que lo esperan de él y no de los parlamentarios o no solo de
ellos. Lo que esperan es, sobre todo, que el efecto demagógico de la
personalidad del jefe gane votos y mandatos para el partido en la contienda
electoral, dándole asÌ poder y aumentando, en consecuencia, hasta el máximo las
posibilidades de sus partidarios para conseguir la ansiada retribución.
Algunos modelos de organización
partidaria:
Comencemos por Inglaterra. Hasta
1868, la organización de los partidos era allÌ una organización de notables
casi pura. En el campo, los tories se apoyaban en los párrocos anglicanos, en
la mayor parte de los maestros de escuela y, sobre todo, en los mayores
terratenientes de cada county, mientras que los whigs, por su parte, tenían el sostén
de personas tales como el predicador no conformista (en donde lo había), el
administrador de correos, el herrero, el sastre, el cordelero, es decir, todos
aquellos artesanos que ejercen una influencia polÌtica porque hablan con mucha
gente. En las ciudades la división entre los partidos se hacía sobre la base de
las distintas opiniones económica y religiosas o, simplemente, de acuerdo con
la tradición familiar de cada cual. En todo caso, los titulares de la empresa política
eran siempre notables. Por encima de todo esto se situaban el Parlamento, el
gabinete y los partidos con su respectivo leader, que era presidente del
Consejo de Ministros o de la oposición, …ste era el aspecto que ofrecía la
vieja organización de los partidos, en parte economía de notables y en parte ya
también empresa con empleados y empresarios.
La organización de los partidos
americanos, que acuÒÛ de forma especialmente temprana y pura el principio
plebiscitario. En el pensamiento de Washington, América debería haber sido una
comunidad administrada por gentlemen. En aquel tiempo un gentlemen era también
en América un terrateniente o un hombre educado en un colegio. En los primeros
tiempos de su independencia América fue efectivamente asÌ. Al constituirse los
partidos, los miembros de la Cámara de Representantes comenzaron a tener la pretensión
de convertirse en dirigentes polÌticos, como había sucedido en Inglaterra en la
Época de la dominación de los notables. La organización de los partidos era muy
laxa. Esta situación se mantuvo hasta 1824. Ya antes de la década de 1820 había
comenzado a formarse la maquinaria partidista en algunos municipios, que también
aquÌ fueron los semilleros de la nueva evolución. En América reside en el hecho
de que allÌ y solo allí el jefe del poder ejecutivo y (estos es, sobre todo, lo
que importa) el patrono que dispone de todos los cargos es un presidente
plebiscitariamente elegido que, a consecuencia de la división de poderes,
act˙an con casi total independencia frente al Parlamento. Es asÌ la misma elección
presidencial la que ofrece como premio por la victoria un rico botín de
prebendas y cargos. El spoils system, elevado por Andrew Jackson a la categorÌa
de principio sistemático, no hace más que sacar las consecuencias de esta situación.
qué significa actualmente para la formación de los partidos este spoils system,
esta atribución de todos los cargos federales al séquito del candidato
victorioso? Pues simplemente que se enfrentan entre sÌ partidos totalmente
desprovistos de convicciones, puras organizaciones de cazadores de cargos,
cuyos mutables programas son redactados para cada elección sin tener en cuenta
otra cosa que la posibilidad de conquistar votos.
La figura que con este sistema de
la máquina plebiscitaria aparece en primer plano es la del boss. Qué es el
boss? Un empresario capitalista que re˙ne votos por su cuenta y riesgo. Sus
primeras conexiones puede haberlas conseguido como abogado, tabernero o dueño
de cualquier otro negocio semejante, o tal vez como prestamista. A partir de
esos comienzos, va extendiendo sus redes hasta que logra controlar un
determinado número de votos. Llegado aquÌ, entra en relación con los bosses
vecinos, logra atraer con su celo, su habilidad y, sobre todo, su discreción la
atención de quienes le han precedido en el camino y comienza a ascender. El
boss es indispensable para la organización del partido, que Èl centraliza en
sus manos y constituye la principal fuente de recursos financieros. Como los
consigue Èl? En parte mediante las contribuciones de los miembros pero, sobre
todo, recaudando un porcentaje de los sueldos de aquellos funcionarios que le
deben el cargo a Èl y a su partido. Percibe además el producto del cohecho y de
las propinas. El boss no tiene principios polÌticos firmes, carece totalmente
de convicciones y solo pregunta cómo pueden conseguirse los votos. No es raro
que sea un hombre bastante inculto, pero generalmente su vida privada es
correcta e irreprochable He aquÌ, pues, una empresa partidista, fuertemente
capitalista, rígidamente organizada de arriba abajo y apoyada también en clubs
firme y jerárquicamente organizados, del tipo Tammany-Hall, cuya finalidad es
la de obtener beneficios económicos mediante el dominio político de la Administración
y, sobre todo, de la administración municipal, que tambiÈn en AmÈrica
constituye el m·s rico botÌn.
Hasta ahora, las condiciones
esenciales de la empresa política en Alemania habían sido las siguientes. En
primer lugar, impotencia del Parlamento y, como consecuencia de ella, el que ningún
hombre con cualidades de jefe se quedase en el Parlamento durante mucho tiempo.
Qué era lo que un hombre de esas condiciones podía hacer allÌ? Cuando se producía
una vacante en una oficina de la administración podía decirle al funcionario
del que dependiera el asunto: ìEn mi distrito tengo a una persona muy
inteligente que desempeñaría muy bien ese puesto, déselo. Y con gusto se lo
daban. En segundo lugar, y esta característica condiciona también la anterior,
la inmensa importancia que en Alemania tenía el funcionariado especializado. En
esta materia ocupábamos el primer lugar en el mundo. Corolario forzoso de esa
importancia era la aspiración de dicho funcionario a ocupar no solo los cargos
de funcionarios, sino también los puestos de ministro. La tercera característica
era la de que en Alemania, a diferencia de lo que en América sucede, teníamos
partidos políticos con convicciones, que, al menos con bona fides subjetiva,
afirmaban que sus miembros representaban una concepción del mundo. Cual era,
entre tanto, la suerte de los políticos profesionales en Alemania? No tenían ni
poder ni responsabilidad, solo podían jugar un papel bastante subalterno de notables
y, como consecuencia de ello, estaban animados en los ˙últimos tiempos del espíritu
de gremio típico de todas las profesiones.
Por esto hoy no puede todavía
decirse cómo se configurar· en el futuro la empresa política como profesión y
menos aún por qué camino se abren a los políticamente dotados las posibilidades
de enfrentarse con una tarea políticamente satisfactoria. Para quien, por su situación
patrimonial, esto· obligado a vivir de la política se presenta la alternativa
de hacerse periodista o funcionario de un partido, que son los caminos directos
típicos, o buscar un puesto apropiado en la administración municipal o en las
organizaciones que representen intereses, como son los sindicatos, las cámaras
de comercio, las cámaras de agricultores o artesanos, las cámaras de trabajo,
las asociaciones de patronos, etc. Sobre el aspecto externo no cabe decir más,
salvo advertir que los funcionarios de los partidos comparten con los
periodistas el odium que los desclasados despiertan. Desgraciadamente siempre
se llamar· escritor a sueldo a Éste y orador a sueldo a aquel; para quienes se
encuentren interiormente indefensos frente a esa situación y no sean capaces de
darse a sÌ mismos la respuesta adecuada a esas acusaciones, esta· cerrado ese
camino que, en todo caso, comporta grandes tentaciones y desilusiones
terribles. qué satisfacciones Íntimas ofrece a cambio y qué condiciones ha de
tener quien lo emprende?
Puede decirse que son tres las
cualidades decisivamente importantes para el político: pasión, sentido de la
responsabilidad y mesura. Pasión en el sentido de positividad, de entrega
apasionada a una causa, al dios o al demonio que la gobierna:
La pasión no
convierte a un hombre en político si no esta· al servicio de una causa y no
hace de la responsabilidad para con esa causa la estrella que oriente la acción.
Para eso se necesita (y Ésta es la cualidad psicológica decisiva para el político)
mesura, capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el
recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los
hombres y las cosas, El problema es, precisamente, el cómo puede conseguirse
que vayan juntas en las mismas almas la pasión ardiente y la mesura frialdad.
La política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma.
Y, sin embargo, la entrega a una causa solo puede nacer y alimentarse de la pasión,
si ha de ser una actitud auténticamente humana y no un frívolo juego
intelectual. Por esto el político tiene que vencer cada día y cada hora a un
enemigo muy trivial y demasiado humano, la muy común vanidad, enemiga mortal de
toda entrega a una causa y de toda mesura, en este caso de la mesura frente a
sÌ mismo. Es una tremenda verdad y un hecho básico de la Historia (de cuya fundamentación
no tenemos que ocuparnos en detalle aquí) el que frecuentemente o, mejor
generalmente, el resultado final de la acción política guarda una relación
absolutamente inadecuada, y frecuentemente incluso paradójica, con su sentido
originario. Esto no permite, sin embargo, prescindir de ese sentido, del
servicio a una causa, si se quiere que la acción tenga consistencia interna. Cual
haya de ser la causa para cuyo servicio busca y utiliza el político poder es ya
cuestión de fe. Puede servir finalidades nacionales o humanitarias, sociales y
Èticas o culturales, seculares o religiosas. Ya ante el ˙último de los
problemas de que hemos de ocuparnos hoy, el del ethos de la política como
causa. Cual es el papel que, independientemente de sus fines, ha de llenar la política
en la economía Ètica de nuestra manera de vivir? Cual es, por asÌ decir, el
lugar Ètico que ella ocupa?. ya ante el ˙último de los problemas de que hemos
de ocuparnos hoy, el del ethos de la política como causa. Cual es el papel que,
independientemente de sus fines, ha de llenar la política en la economía Ètica
de nuestra manera de vivir? Cual es, por asÌ decir, el lugar Ètico que ella
ocupa? la obligación de decir la verdad, que la Ètica absoluta nos impone sin
condiciones. De aquí se ha sacado la conclusión de que hay que publicar todos
los documentos, sobre todo aquellos que culpan al propio país, y, sobre la base
de esta publicación unilateral, hacer una confesión de las propias culpas
igualmente unilateral, incondicional, sin pensar en las consecuencias. El político
se dar· cuenta de que obrando así no se ayuda a la verdad, sino que, por el
contrario, se la oscurece con el abuso y el
desencadenamiento de las pasiones. Ver· que solo una investigación bien
planeada y total, llevada a cabo por personas imparciales, puede rendir frutos,
y que cualquier otro proceder puede tener, para la nación que lo siga,
consecuencias que no podrán ser eliminadas en decenios. La Ètica absoluta, sin
embargo, ni siquiera se pregunta por las consecuencias. Ninguna Ètica del mundo
puede eludir el hecho de que para conseguir fines buenos hay que contar en
muchos casos con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la
posibilidad e incluso la probabilidad de consecuencias laterales moralmente
malas. El medio decisivo de la política es la violencia, y pueden ustedes medir
la intensidad de la tensión que desde el punto de vista Ètico existe entre
medios y fines, Aquí, en este problema de la santificación de los medios por el
fin, parece forzosa la quiebra de cualquier moral de convicción. De hecho, no
le queda lógicamente otra posibilidad que la de condenar toda acción que
utilice medios moralmente peligrosos. Lógicamente. En el terreno de las realidades
vemos una y otra vez que quienes actúan según una Ètica de la convicción se
transforman súbitamente en profetas quilaticos; que, por ejemplo, quienes
repetidamente han predicado el amor frente a la fuerza invocan acto seguido la
fuerza, la fuerza definitiva que ha de traer consigo la aniquilación de toda
violencia del mismo modo que, en cada ofensiva, nuestros oficiales decían a los
soldados que era la ˙última, la que había de darnos el triunfo y con Èl la paz,
Quien quiera en general hacer política y, sobre todo, quien quiera hacer política
como profesión ha de tener conciencia de estas paradojas Èticas y de su
responsabilidad por lo que Èl mismo, bajo su presión, puede llegar a ser.
Repito que quien hace política pacta con los poderes diabólicos que acechan en
torno de todo poder. Todo aquello que se persigue a través de la acción política,
que se sirve de medios violentos y opera con arreglo a la Ètica de la
responsabilidad, pone en peligro la salvación del alma. Cuando se trata de
conseguir una finalidad de ese género en un combate ideológico y con una pura
Ètica de la convicción, esa finalidad puede resultar perjudicada y
desacreditada para muchas generaciones porque en su persecución no se tuvo
presente la responsabilidad por las consecuencias.
La política
consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias,
para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión
y
mesura.